La pandemia pudo acabar con mi relación, más no conmigo. No vimos otra salida más que quedarnos en casa, dejar durante un tiempo a nuestros amigos, familiares y las reuniones por Zoom fueron nuestro mejor encuentro; las universidades y colegios cerraron, sin saber cuándo volverían a ver un estudiante entrar por sus puertas; para muchos fue un gran beneficio personal, para otros tal vez no, no nos salvabamos de los momentos de angustia al escuchar la frase “la cuarentena se extenderá un mes más”; esta vez no habría un principe en caballo que me ayudara a salir de la torre.
Por más angustia que tenía, sabía cómo eran las cosas; al caer la noche sentada en el comedor de mi casa hablaba por teléfono con él, siempre con una sonrisa en la cara, pero sólo era un camuflaje, porque sabía que esa persona a la cual algún día sin darme cuenta le entregué mi corazón, no me amaba como yo lo hacía. Se presentó una pequeña discusión a lo que colgó el teléfono, enojado y alterado comenzó a culparme de sus problemas, como ya era común en nuestra relación, una sensación la cual puedo describir como una luz energética se enciende dentro de mí; mi cuerpo era un mar, oscuro y frío, esa luz fue el faro que iluminó la bahía, ese que tanta presencia tenía; sin prestar mucha atención a este sentimiento, decidí no darme por vencida y luchar por ese que tanto amaba, pero no fue hasta un momento en el que me
encontraba acostada en mi cama, acompañada de esa oscuridad sola y fría a la que tanto le temía día a día, cuando llega su mensaje “Si tan poco te importa la situación, terminemos ya mismo”, sentí como una daga atravesaba una y otra vez mi espalda, sentía cada uno de su suaves golpes que se acompañaban de silencio, sí, esta vez era diferente, pero no me costó aceptarlo, decidí darme por vencida, sin saber que al alejarme, estaba ganando, ganando más que él, no fue hasta que tuve que vivir una amarga experiencia, para darme cuenta todo lo que las personas a mi alrededor me advirtieron alguna vez; fue ahí, perdí, pero la verdad no me sentía derrotada.
La noche se tornó un poco reflexiva, por fin lo había hecho, un sentimiento de calma invadió todo en mí, ese faro en mi mar ilumina la noche oscura, ahuyenta los monstruos y da tranquilidad a la costa, más tarde en la noche, entre pensamiento y pensamiento, me di cuenta que no había perdido nada, solamente me gané a mi misma. El amor propio ahora hace parte de mí; apareció esa frase que compartí en redes sociales tiempo después, “al final, me di cuenta que tú no eres para tanto y yo para tan poco”; no iba a permitir que volviera a suceder, comencé a ver la vida de diferentes colores, por fin ese blanco y negro de mis dias se traformaron en colores fuertes, el amarillo del sol, el azul del cielo y el verde del pasto hacen de mis dias más felices, y tal vez, ¿por qué no?, encuentre un tesoro al final del arcoirís. Él no me hacía falta, sólo sabía que dejarlo ir fue lo mejor que pude hacer.
Finalmente, me di cuenta que a veces por ganar perdemos y después nos damos cuenta que es mejor perder a ganar sin esfuerzo, aquel día dejé ir a quien yo pensaba que era el amor de mi vida, con quien pasaría el resto de nuestros días y con quien recorrería el mundo en miles de aventuras, proyectandome un gran tiempo sola, continuo con mis actividades académicas desde casa; la tranquilidad hacía parte de mi monotonía y sin saber que tiempo después llegaría esa persona, esa a la cual tendre que cuidar yo, esa que una vez más me mostrara que no existen obstáculos imposibles, solo muy unos difíciles, esa la cual si supo valorarme y día a día busca sacarme una sonrisa, a pesar de que el dia este gris; esta vez gané yo, gané experiencias, gané enseñanzas, gané personas, gané amor y lo mejor me gané a mi. Por: Daniela Torres
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