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Huele a caña

Candelaria, isla rodeada de un océano de caña que se convierte en el escenario de trabajo para más de 150 corteros distribuidos en los ingenios azucarares pertenecientes a esta zona. La caña ha presenciado las transformaciones culturales del Valle y las historias de los corteros que la acompañan. Historias que huelen a caña.

Crédito de foto: Nueva Gaceta. Corteros del Valle del Cauca.


Mientras la mayoría de personas duermen, los corteros de caña empiezan su día cuando el reloj marca las 3 am alentados por sus esposas, hijos y sus ganas de salir adelante. El aroma a café invade sus casas cada mañana mientras lo endulzan con el mismo azúcar fruto de su arduo trabajo. Una hora después salen de sus hogares con grandes termos de café, botas y su armamento “el machete” justo en el punto en que los rayos del sol aún no se asoman.


A media hora de Cali, Candelaria, pueblo de trabajadores de raza. Pueblo que se convierte en una isla, en medio de un océano de caña, que le brinda empleo y esperanza a los corteros. Carlos Escobar cortero de caña afirma que sus raíces de origen rural campesino siempre estuvieron ligadas a esta, sus manos y las de cientos de corteros más han ayudado a construir el verde más verde del Valle, el verde caña que se complementa con el paisaje de

un cielo rojo, naranja, amarillo, de todos los colores que en los días despejados se abren sobre el mar de caña que le ha dado múltiples horizontes a los corteros.


“Prácticamente mi mamá fue la que nos sacó adelante a nosotros. Ella fue la que nos dio la estabilidad y todo cuando mi papá se fue de la casa, le debo mucho a mi mama y a mi machete”, con un sano orgullo que se refleja en su mirada lo afirma, la historia de Carlos y muchos corteros de caña se ha visto marcada por la escasez y desesperanza, por herencia o necesidad han llegado a la dulce y fuerte caña que les ha dado lecciones que se reflejan en la historia de su vida y otras más evidentes en su piel.


A los corteros de caña se le atribuyen características culturales como fuerza, templanza, resistencia, tez morena y sobre todo masculinidad pero esto no es una fórmula exacta para ejercer este oficio. Jairo Romero lleva más de la mitad de su vida trabajando bajo el sol junto a su fiel aliado el machete. Es como todos los demás, se levanta temprano y lucha por sus sueños pero, tiene una particularidad. A simple vista es un hombre marcado por la caña, músculos y cortes lo acompañan, a la hora de hablar con el encuentras su diferencia, manos fuertes con ademanes suaves, voz gruesa con palabras sutiles y para finalizar una orientación sexual diferente a la de sus colegas, se gana chanzas y riñas entre sus compañeros pero no es barrera para demostrar su fuerza en el campo de batalla.


Créditos de la foto: Valentina Marquez Escobar. Corteros de caña Candelaria


Es medio día y el sol se hace notar, con sudor en su frente, cortadas en sus manos y su estómago rugiendo ponen a prueba su rendimiento, muchos no pueden detenerse a almorzar porque cada tonelada es equivalente a suplir sus necesidades y lograr cumplir sus sueños. Cortar, enchorrar y entregar la caña a los ingenios es su propósito diario, uno o dos salarios mínimos son sueño.


La caña puede significar dulzura y tradición para muchos, para los corteros como Leiber Álvarez es más que eso, su abuelo y padre fueron corteros pero él no quiere que sus hijos lo sean con seguridad en su voz y mirada afirma “Mis hijos van a tener ingenios, no a trabajar en ellos” una sonrisa invade su cara cada que habla del futuro que les puede brindar gracias a ella.


Los corteros trabajan cuando aún no ha amanecido y se van cuando está apunto de amanecer, con sus cuerpos agotados y sus brazos a punto de caer los recoge el mismo bus que los deja diariamente en su océano donde encuentran su horizonte pero también en sus hogares donde encuentran su motivación y ahí justo en ese momento se dan cuenta el valor de su trabajo. Día a día los corteros se esfuerzan, crean historias y les huele a caña.


Por: Valentina Márquez Escobar

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