Eras impredecible, pero a la vez tan predecible, eso fue lo que me gustó de ti. Lo que me decías era capaz de desequilibrar todo dentro de mí, cada cosa que aprendía o descubría, lo cuestionaba como bien preciado y escaso. Ese juego de seducción, coqueteo, esas conversaciones cortas pero afrodisíacas eran fronteras que estaba dispuesta a atravesar si eran contigo, porque me envolvían y me llenaban el cuerpo de endorfinas.
La verdad es que me encanta estar enamorada, y aunque pocas veces lo he experimentado, atesoro esos momentos y cada vez que puedo o que lo necesito, visito algunos recuerdos con la esperanza de sentir ese amor del que no carece mi vida, pero que anhela vivir, que se meta en mis entrañas y me invada ese efecto casi narcótico. Por eso a veces, deseo deleitarme con cada parte de una persona, querer de manera apasionada, perderme entre besos y miradas, y tú entre miles, me miraste como nadie me ha mirado y tengo tus ojos clavados en mi memoria.
Ojalá dejes de doler algún día, me repito todas las noches antes de pasarme la cobija por los pies, y maldigo a mi subconsciente por revivirte en mi presente cada vez que consigo ser feliz. Tu recuerdo se adhiere como un clavo ardiendo en mi mente, de repente alguien camina como tú, se ríe como tú, se viste como tú, y el corazón pareciera querer salirse de mi pecho.
¿Alguna vez has intentado atrapar el viento? bien, así se sentía atraparte a ti:imposible.
Por eso, tú y yo somos la prueba de que lo imposible existe, que por más que el fuego nos invada por las noches con nuestro recuerdo, con tus manos pasando por mi cuello a grandes escalas, mis ojos con un brillo de ilusión y tus labios con el dulce sabor de canela, contigo es perder y perder y sin embargo, desear más.
Por: Tatiana Cuero
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