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  • Valeria Ramirez

El Rayo que golpeó a Roldanillo

Actualizado: 5 abr 2023

Es sábado 17 de Marzo, el municipio de Roldanillo, ubicado al norte del Valle del Cauca, nos da la bienvenida a estudiantes, mochileros, artistas y demás visitantes que transitamos sus calles bajo el sol de la mañana en busca del centro, no solamente para desayunar un pan de yuca fresco con jugo de maracuyá bien frio, sino para visitar el afamado Museo Rayo.


Al llegar, en la entrada del lugar nos saluda la primera obra de arte, una mariposa geométrica en tonalidades blancas y negras extiende las alas dándonos la bienvenida. Nos invita a apreciar el maravilloso diseño del lugar, elaborado por el arquitecto mexicano, Leopoldo Gout, en el año 1972 e inspirado en la arquitectura Maya; dicha maqueta fue un regalo para el fundador del museo, Omar Rayo Reyes, quien nació el 20 de enero de 1928, cuando Roldanillo era un pueblo pequeño con ranchos de paja, siendo el hijo primogénito de Vicente Rayo y María Luisa Reyes.


Cuando ingresamos, nos recibe una sala amplia con cristales que permiten generosamente el paso del sol hacía la mesa central, donde dos mujeres nos indican que el precio que pagaremos será de $3.000 debido a ser un grupo de más de 10 personas. Los costos regulares son de $5.000 por adulto, $2.000 por niño y $3.000 por adulto mayor. Después, nos entregan a cada uno una boleta y nos guían a la primera sala con forma octagonal, donde se encuentra Alejandro Mendoza, un hombre de contextura delgada y cabello blanco, trabajador del museo y encargado de darnos la charla inicial.


En la niñez, narra Alejandro mientras todos vamos ubicándonos en círculo, Omar comenzó a desarrollar su parte artística trabajando la talabartería con su padre, aprendió a hacer sillas, maletines y bolsos a la perfección, así como también a grabar el cuero. Ese se convirtió en un detalle primordial, ya que los productos de don Vicente comenzaron a distinguirse por los grabados y todos querían adquirirlos, sin imaginar que quien los hacia era su “muchachito”.


Ya en la adolescencia, “el maestro”, como lo llama en su relato, realizó un curso de caricatura por correspondencia patrocinado por su mamá, ya que mientras su padre le decía “Venga para acá mijo, coja oficio, deje de estar perdiendo tiempo pintando que eso no le va a dar para ganarse la vida”, ella le repetía “Mijo, siga así que va muy bien”.


Gracias a dicho curso, Omar comenzó a hacer pequeñas muestras de su trabajo y reunió el dinero para irse a Cali; ahí, ingresó al instituto de Bellas Artes, pero no se mantuvo por mucho tiempo, ya que los profesores, siendo testigos de su talento autodidacta, lo enviaron a Bogotá en busca de nuevas y mejores oportunidades. Comenzó entonces a trabajar como caricaturista oficial de El Diario de la Republica, El Siglo y la Revista Semana, hasta que Colombia se convirtió en un completo caos. Rayo fue testigo de cómo el Bogotazo, consecuencia del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, inundó la capital de una ola de violencia que se extendió por los demás rincones de la nación.


Es en ese momento, año 1948, Omar Rayo Reyes tomó su maleta, se despidió de Roldanillo y emprendió un viaje por toda América en un proceso de aprendizaje sobre la cultura precolombina. Después de cuatro años, regresó a su pueblo y participó en una final internacional de arte que, ante el asombro de todo el mundo, terminó ganando, adquiriendo así el reconocimiento internacional. Omar aprovechó esa gran oportunidad y se fue a estudiar a México, allá perfeccionó la técnica del grabado y se desarrolló en la pintura.


Años más tarde, Rayo tuvo una idea que lo cambiaria todo. Se le ocurrió utilizar la técnica aprendida de su padre en un material más dúctil: el papel. Aprendió a darle alto relieve y al ser un estilo innovador en aquella época, le brindó la oportunidad de ganar dinero e irse a vivir a Estados Unidos en 1960.


En ese momento, Alejandro comienza a hacer pausas en su relato, se ha mantenido todo el tiempo de pie en el mismo lugar, con aire profesional, pero ahora lo aborda de manera personal, hablando de un compañero, de un amigo. Nos cuenta que en Roldanillo comenzaron a preocuparse por el regreso de su maestro, ya que después de conocer otras tierras él ya no querría regresar a su pueblito, así que lo llamaron, lo hicieron venir a Colombia para hacerle un homenaje y le ofrecieron el terreno donde anteriormente se ubicaba la plaza de mercado, para que él hiciera su casa de verano.


El maestro Rayo no rechazó el terreno, pero denegó la idea de hacer ahí una casa, ya que tenía una idea muchísimo mejor: haría un museo de dibujo y grabado latinoamericano. Varias capitales del país, al enterarse, lo llamaron y le ofrecieron lugar para su museo, pero él siempre respondía “No, yo nací en ese pueblito de Roldanillo y lo voy a hacer allá, voy a dejar este legado como algo para la posteridad”.


A partir de ese momento, Omar comenzó a tocar puertas en busca de donaciones y terminó por lograr la construcción de las maravillosas instalaciones que están disponibles para todo aquel que emprenda el viaje a través del Valle. En 1976 se puso la primera piedra y hasta 1980 se finalizó la construcción total, para posteriormente, el 20 de enero de 1981, inaugurar oficialmente el Museo Rayo.


Desde el día de su inauguración, el museo se ha dedicado a exhibir la obra de su fundador y de otros artistas latinoamericanos; dicta talleres y conferencias, realiza concursos y encuentros donde se llevan a cabo lecturas literarias, funciones de danza, teatro y conciertos en su pequeño teatro, con el objetivo de mantener la integración entre las artes y el pluralismo cultural.


Durante la mayoría de los años que Omar Rayo estuvo a cargo, el museo tuvo que ser independiente en el aspecto económico, por lo que él se deprimía y desilusionaba profundamente, pero nunca se rindió. Se metía la mano al bolsillo y le apostaba a su museo con total confianza. Así transcurrieron 29 años, hasta que en el 2010, habiendo cumplido 82 años el 20 de enero, Rayo se despidió de Roldanillo, de Colombia y del mundo.


Alejandro nos cuenta que él se encontraba trabajando, como siempre, cuando su corazón le dijo “Maestro, hasta aquí, no más” y Omar utilizó sus últimos minutos para dejar en claro que quería ser sepultado en su museo, y es ahí, en uno de los jardines laterales, donde reposa actualmente. Su esposa, Águeda Pizarro, estadounidense de nacimiento, se instaló inmediatamente en Colombia para hacerse cargo de todo. Desde hace ocho años es ella quien está dirigiendo el museo, ahora mucho más dinámico, reconocido y con el objetivo claro de cumplir cada meta y desarrollar proyecto que su fundador soñó.


Cuando el relato termina, nos levantamos y comenzamos a explorar. Tomo mi cámara fotográfica y dispongo mi lente para comenzar a capturar el momento, mientras todos se disipaban entre las salas. Primero, nos encontramos con una de las exposiciones que se inaugurarán en la tarde: el artista africano William Kentridge, originario de Johannesburgo, proyecta a través de pantallas un grupo de animaciones que realizó dibujando en una misma hoja distintos episodios superpuestos, motivados por el conflicto político de Suráfrica, así como también un grupo de grabados estereoscópicos.


En las siguientes salas, se encuentra distribuida otra de las nuevas exposiciones: una colección de 34 pinturas del Museo de Arte del Tolima, con la participación de 30 importantes artistas tolimenses encauzados en la perduración del retrato, la narración histórica y el arte académico del siglo XIX como son Julio Fajardo, Jorge Elías Triana, Mario Lafond, Antonio Machado, Fernando Davis, Carlos Granada, Edilberto Calderón, Arcadio González y Darío Ortiz, José María Espinosa, Pantaleón Mendoza, Ricardo Moros, Francisco Antonio Cano, Jesús María Zamora, Ricardo Borrero, Delio Ramírez, Miguel Díaz, León Cano, Luis Alberto Acuña e Ignacio Gómez Jaramillo, entre otros.



Justo en esa sección, hay un detalle en particular que me atrapa, en una de las salas hay un segundo piso que es algo diferente a lo antes visto, lleva el nombre de “Biblioteca de la mujer Agueda Pizarro” y entiendo que ha de pertenecer a la directora del museo, reconocida por ser una literata y poetiza rebelde, feminista apasionada y guardiana de la obra de su esposo. El lugar huele a papel añejo, ese que presume infinidad de historias  por contar, pero que ninguno de nosotros consigue conocer porque está cerrado. Al final de la escalera no nos recibe más que un candado que nos separa de esa cantidad maravillosa de libros y archivos, albergados tan cerca y tan lejos de cada visitante.


Al continuar, nos encontramos las esperadas obras de Omar Rayo, estas están distribuidas también por varias salas que se titulan “Geometría Inmanente”. En la exposición se destaca la predisposición de Rayo por la geometría en sus diversos dibujos y pinturas realizadas entre 1948 y 1978, así como su papel  como caricaturista y los diversos estilos que desarrolló y descubrió durante sus viajes, tales como el Maderismo y el Bejuquismo, la abstracción, el pop art y los shape canvases. Por otra parte, se exponen también diversas obras de Omar como retrospectiva entre los años 1960 y 1970, que rinden cuenta de una técnica que lo definió como artista: el grabado.




Estas diversas exposiciones están expuestas actualmente en el Museo Rayo, el cual tiene un horario de atención de 9:00 a.m. a 6:00 p.m. en jornada continua todos los días de la semana incluyendo domingos y festivos, y hacen parte del programa de celebración de los 90 años de nacimiento del maestro Omar Rayo.


Cuando terminamos con las salas, visitamos otros lugares del museo como la Sala de Museo del Intaglio, un lugar con el que siempre fantaseó el maestro Rayo, pero que no se erigió sino hasta después de su muerte. Es un salón de dos pisos donde normalmente se explica el proceso de realizar un intaglio, se exhiben grabados tempranos y ya profesionales de Omar Rayo, actualmente parte de la exposición “Geometría Inmanente”.


También, descubrimos un salón en el que un grupo de niñas practican ballet con pequeñas zapatillas de color rosa y tutús. Al preguntar, nos explican que es uno de los talleres que brinda el museo para la comunidad. Hay muchos más como el taller de animación audiovisual, el taller de lectura y escritura, el taller de teatro infantil y, obviamente, el taller de dibujo y pintura.


Cuando continuamos explorando, nos encontramos con diversos jardines decorados por figuras geométricas semejantes a la mariposa inicial, no solamente estamos nosotros, en cada rincón nos encontrarnos con nuevas personas. Muchos observan en silencio, unos cuantos comentan animados y otros simplemente no están, su imaginación vuela más allá de ellos y se pierde en el infinito mundo de significados que tiene cada trazo y cada color. Ninguno se detiene a pensar en el transcurrir de las horas, solo están disfrutando del universo mágico que han encontrado en Roldanillo.


Al fijarme en los diferentes jardines, veo que en uno de ellos se encuentran sentados varios de mis compañeros y, al acercarme, me doy cuenta del porqué. Es la tumba de Omar Rayo Reyes. Está rodeada de pequeñas flores rojas y banquitas, así como acompañada por otra de las figuras geométricas metálicas de tonos negros y blancos. A pesar de que las personas están conversando, la paz del lugar no se perturba en lo absoluto, se percibe la calma y la energía fraternal que no exige soledad, sino que agradece tu presencia, agradece tu visita. Cuando me inclino para leer la inscripción se me escapa una sonrisa, dice “Aquí cayó un Rayo” y estoy de acuerdo, porque ahí reposa el Rayo que golpeó a Roldanillo y partió su historia en dos.


Más tarde, cuando nos sentamos todos en el teatro al aire libre a platicar sobre lo que hemos visto y enfoco mi lente para capturar la imagen del grupo, me percato de algo más: el museo puede parecer pequeño de tamaño, pero en todos los otros sentidos es enorme, cada parte de él lo es. Alberga tantas personas, experiencias, historias, que incluso los más indiferentes se detienen a observar sus detalles, porque quizá encuentren la suya ahí.


A las cuatro de la tarde, el calor abrumador se intensifica y nos anuncia que ha llegado el momento de retiramos, el personal administrativo y curatorial nos da la despedida mientras terminan de prepararse para su gran inauguración. Agradezco a cada uno de ellos y le digo adiós al Museo Rayo, a Roldanillo y a una experiencia que nunca había pensado tener, pero que ahora, espero de corazón, muchas personas más se den la oportunidad de vivir.



Fotos y texto realizado por: Valeria Ramirez




Escrito para Línea Prensa Gescom - El Ágora. Todos los derechos reservados.



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