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Historias del chontaduro


Es mediodía, el sol se encuentra en su cúspide y extiende sus rayos ardientes sobre las calles rucias que conforman el parque del chontaduro; rebotan en los frutos secos de colores rojos y anaranjados, en la carpa protectora del puesto de doña Marta y hace sudar las pieles de los vendedores que, pacientemente, esperan la llegada de los clientes que vienen a llevarse un pedacito del Pacífico colombiano.


El Parque del Chontaduro se encuentra hace casi cincuenta años al margen del río Cali y ha visto la historia, no sólo de las personas que colonizaron ese pedazo, sino de la ciudad entera. Como cualquier otro sitio, evolucionó con la ciudad, tal como lo cuenta, José Ángel Camacho, quien llegó al lugar en 1974: “Cuando llegué aquí esto era puro barro, se usaba carpa, el chontaduro era al aire y llegaba mucha cantidad del chontaduro, sobre todo de la costa. El chontaduro era barato, yo era negociante de chontaduro en aquel tiempo”.


La pinta del lugar no da buena espina, es cierto: casas en madera, disparejas y una calle en tierra. Pero el “Abuelo”, como le dicen cariñosamente a José Ángel, asegura que su imagen de barrio de mala muerte no tiene nada que ver con la realidad.


“En el 83 se desbordó el río hasta la cancha. Y en esa cancha apareció un muerto. Y subieron unas piedras grandes del río, ahí nada más en el Parque del Avión hay una piedra grande. Esa piedra la llevaron para allá en montacarga”, cuenta José Ángel, que es casi tan viejo como el parque y ha tenido la oportunidad de vivir su historia en carne propia, de ver los sucesos en directo y oírlos en el momento exacto que pasaron.


Ahora el río Cali está canalizado y sus viviendas no corren el peligro de antaño. Ni siquiera cuando 9 años antes se desbordó el río e inundó toda la 34. El agua nomás llegó hasta la entradita del callejón.


Los años fueron pasando y los comerciantes fueron hallando su lugar en el parque, buscando el sustento diario para sus familias. En el año 2000 empezó la organización de los comerciantes y vendedores de chontaduro cuando Omar Vallecilla, fundador de Punto Paz, llegó con su hermano desplazado de Buenaventura, desorientados y sin saber qué hacer. Empezaron como vendedores ambulantes de chontaduro, pero luego la alcaldía les dijo que tenían que formalizarse, hacer una organización. “Nosotros nos metimos a la fuerza y le dijimos a la alcaldía: nosotros estamos construyendo ciudad. Y hay mucha gente desplazada, no desplazada que se mantiene de este producto y ustedes no nos pueden obstaculizar porque esta es la materia prima de nosotros”, afirma Omar.


Gracias al esfuerzo de la Asociación Agropecuaria “Punto Paz”, la mujer platonera fue representada en la pancarta de la Feria de Cali, porque antes su oficio no era reconocido en la ciudad. El fundador sigue contando su historia: “Cuando ya nosotros teníamos la organización fundada, entonces sí nos llamó la Gobernación y entonces nos dijeron que “ustedes se han organizado muy mal y necesitamos que se capaciten”; entonces ya el Sena nos abrió las puertas, la universidad y capacitamos a estas mujeres, a estas personas que iban a transformar el chontaduro”.


Pero los chontaduros van con miel y sal, y dicha sal que los condimenta hoy es demasiado fuerte: la vigencia termina en el 2025 y su renovación está en riesgo, porque le deben plata a la administración departamental: “La Gobernación junto con Infivalle nos dio un proyecto productivo pa’ estas mujeres. No se sabe si por de malas o por de buenas, nos dieron 200 millones de pesos para esta causa. Pero ¿qué pasa?, que nosotros le dijimos a la administración que le diera la plata a la asociación para que ella la manejara, pero la administración dijo: a cada mujer se le da su plata. Y cuando uno tiene hambre y le dan el pescado, pescado, uno se lo come”.


Lo que sucedió fue que varias de estas platoneras, portadoras del chontaduro, sucumbieron ante el poder que da el dinero y se lo gastaron en todo menos en su insignia y “unas mujeres pagaron, otras no pagaron, otras se fueron. Unas compraron equipo, otras compraron su nevera, en fin, hicieron lo que quisieron con esa plata porque ellas no tenían plata y les dan plata, ¿qué podían hacer?” Omar Vallecilla todavía sigue buscando la forma de solucionar el problema.


Hoy la cuadra que ocupa el parque está llena de cevicherías y puestos repletos de chontaduro en todas sus formas. Chontaduro sin pelar de cáscara roja y brillante, bolsas repletas de chontaduros esperando a ser comidos, jugo de chontaduro y borojó e incluso botellas de arrechón.


Y así pasa el día en el emblemático, pero poco conocido, Parque del Chontaduro, con las vendedoras sentadas detrás del carro con los oídos y los ojos atentos a un posible comprador. Los niños jugando en la calle, llenándose la ropa de polvo y hombres postrados frente a los restaurantes ofreciendo sus servicios a cualquiera que pase.


Por: Natalia Ulloa

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