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Música Latente

  • Foto del escritor: Contenido Línea Prensa - El Ágora
    Contenido Línea Prensa - El Ágora
  • 30 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

Tomada de: FreeImages.com/MatthewGann

Siempre le había gustado la música, era su vía de escape cuando las cosas en casa se ponían feas, su mamá peleando por todo y su hermana sólo viendola.


Alexandra Escobar y su hermana mayor pertenecían a la fundación Batuta, encargada de fomentar la enseñanza musical en los niños y jóvenes. Con siete años, Alexandra tocaba la flauta y el xilófono con tal facilidad que parecía innata, a diferencia de su hermana, Natalia, que tocaba sólo el xilófono porque era el único instrumento en el que su atroz arritmia no se notaba tanto. Para ella, los pentagramas eran más que líneas y el sonido que salía de cada lámina al ser golpeada era más que bonito, tenía vida, ritmo propio. Su talento musical era bien conocido por toda su familia, por eso, en una reunión familiar, su bisabuela Lilia le regaló una flauta dulce Yamaha que solía tocar cuando era más joven, antes de su matrimonio a los diecisiete años. También empezaba a ganar fama en el colegio, donde descubrió la guitarra y lo maravilloso que era rasgar sus cuerdas y tocar sus trastes. No perdió el tiempo cuando la profesora de música propuso la idea de un grupo musical escolar para amenizar las presentaciones, los homenajes y representar al colegio Comfandi Terranova en el exterior.


Maravillada por la destreza que demostraba su hija, su mamá le compró su primera guitarra, de combate, con cuerdas duras y de color violeta mezclado con negro; con la que empezó a practicar a través de tutoriales en YouTube, aprendió las canciones de moda en el momento que –cómo descubriría más tarde– no exigían un nivel demasiado alto, siendo ‘De música ligera’, la más solicitada por sus amigos. Con el grupo musical del colegio, incursionó en otros géneros, principalmente la salsa. Entonces empezó a quedarse por las tardes, luego de clase, para ensayar y recuerda con cariño a la profesora Norah que les daba empanadas y Coca-Cola cada vez que podía y los sacaba de la aburrida clase de matemáticas sólo para conversar.


Por allá en el 2013, cuando Alexandra cumplió doce años, en una reunión con compañeros del trabajo su mamá se enteró de la existencia del Conservatorio Antonio María Valencia, parte de la institución Bellas Artes, donde los jóvenes músicos podían formarse en el aspecto clásico y técnico mediante un programa denominado “Bachillerato Musical”. Cómo no tenía nada que perder, hizo la audición con su guitarra, pasando por distintas pruebas que incluían el oído musical, la gramática y, por supuesto, el dominio del instrumento. Alexandra confiesa que, en realidad, ella nunca esperó pasar la audición, consideraba que no tenía las cualidades necesarias para formar parte de un mundo tan distinguido. “Ni siquiera sabía leer una partitura, ¡Por Dios!” exclama ella. Un mes después, se enteró que había sido admitida y que empezaría clases en febrero del año siguiente, estaba emocionada y aterrada por el mundo desconocido al que se adentraría, por la responsabilidad inmensa que se cernía sobre sus hombros.


El primer año el conservatorio la pateó en la cara, le estaban enseñando temas que nunca se había imaginado, tenía clase de coro, de solfeo, de guitarra y de piano; había intervalos, armonías, arpegios y demás palabras que a sus oídos se oían en chino, las tareas se le acumulaban con los trabajos del colegio hasta el punto de no dormir en las noches. Alexandra podía pasar la noche en vela ensayando y alistarse a las 5:30 para ir al colegio. El examen final de coro consistía en realizar un concierto al final del semestre, por lo que su nuevo reto consistía en cantar en latín, un cántico católico titulado Magníficat. Admite que fue difícil, pero cuando estuvo parada en el escenario de la Sala Beethoven, ataviada con un vestido negro “de monja” que su abuela le compró específicamente para ello, supo que todas las ojeras que se habían formado en su rostro valieron la pena.


Hoy en día, Alexandra ya está en cuarto semestre de la carrera profesional, se graduó del bachillerato en julio del año pasado y los arpegios son cosa del pasado y, aunque a veces se trasnocha un poco, la mayoría de las noches tiene un horario decente de sueño. Todavía conserva la flauta de su abuelita Lilia, que falleció en el 2015, y se indigna cuando su hermana le pregunta “¿Vos que le ves de entretenido a la guitarra? A mí me aburre”. A diferencia de esa “inculta”, Alexandra se nutre de música y no le importa que cuando dice que está estudiando, la gente le pregunte con desconfianza “¿y eso si da plata?”



Por: Natalia Ulloa

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