GAITÁN
- Contenido Línea Prensa - El Ágora
- 30 abr 2020
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Símbolo de lucha popular

Después de ese día nada sería igual en estas tierras, pareciese que el camino estaba predestinado a los infortunios del mal andar, y sin acudir a supersticiones ingenuas la probabilidad de que fuera a suceder ya era bastante alta, y como el lucero vespertino que cae, así lo hizo el Caudillo del pueblo un 9 de abril en una esquina bogotana. Ahora el redil quedaba sin su pastor y las masas congestionadas derramarían su cólera, tiñendo de sangre las calles, adornando de fuego los techos y llenando de incertidumbre a los incrédulos que miraban atónitos desde sus ventanas, dejando ver como el lado oscuro del hombre abría el paso a décadas de violencia barbárica.
En la historia liberal de este país, solo ha habido un hombre cuyo valor a trascendido en las clases, las razas y el tiempo, capaz de calar en las muchedumbres grandes ideales de unión, fuerza y lucha popular, de movilizar la sensibilidad de multitudes en busca de la justicia social. Ese hombre solo ha sido, Jorge Eliécer Gaitán, abogado, político y escritor colombiano, su carrera como jurista le permitió ser candidato a cargos significativos dentro del Estado y de renombrados ámbitos académicos, posición que le permitió exponer al escarnio público temas de interés nacional, como la desventurada masacre de las bananeras ocurrida entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928 en el municipio de Ciénaga, Magdalena; que fue uno de los hechos más sonados en la historia patria, en el cual se produjo el asesinato de entre 1000 y 1800 trabajadores sindicales de la United Fruit Company, siendo esta aún una cifra inexacta.
También, en su incursión académica fue nombrado como rector de la Universidad Libre en Bogotá entre 1936 y 1939, donde dictó clases de Derecho penal hasta el día de su desaparición. Logró coronarse como Alcalde de Bogotá en el año 1936, alcanzando una votación casi unánime en aquella época; peldaño que le ayudó a posicionarse como un referente bastante notorio entre los seguidores del partido liberal en el cual militaba como jefe único. Alcanzó a desempeñarse en otros cargos públicos de trascendencia nacional como Ministro de Educación en 1940 y Ministro de Trabajo en 1944.
Pero, fue su candidatura para las presidenciales de 1950, la que marcaría el destino fatídico de este disidente del Partido Liberal y el instante donde comenzaría su carrera para posesionarse como jefe de Estado. Para ello, acudió al apoyo de todos los sectores populares y sindicalistas que veían en él un símbolo para la transformación social y el cambio; juntos aunaron fuerzas para hacer una invitación firme y clara: “la restauración moral de la política del país”, que en los años corridos de historia republicana había elegido ser foco de una falsa santidad, orbitada por corrupción, muerte y represión social.
Pese a una brillante carrera política, un 9 de abril de 1948 las horas oscuras se precipitaban, empujadas por los planes macabros de hombres opuestos a sus ideas. La agenda de Gaitán estaba inflamada de reuniones y se dio cita para almorzar con varios personajes del panorama político de aquel entonces, incluso donde figuraba una reunión con un dirigente estudiantil de la época, Fidel Castro, quien luego se convertiría en el líder de la Revolución Cubana y en un referente importante en la historia mundial. La premura de sus ocupaciones le demandaba prisa y saliendo del Edificio Agustín Nieto donde trabajaba, un individuo le asechaba, Juan Roa Nieto, hombre que eligió asesinar los sueños de una nación, cuando apretó el gatillo de un revólver, causando la herida mortal que cegaría la luz de los ojos del Caudillo.
Acto seguido, una ola de violencia se desataría en Colombia como nunca antes se había visto. El crimen había sido intencional, de eso no había la menor duda, por ello la indignación tomó forma de bestia desencadenada, la sangre obrera hervía a pleno punto de ebullición y los poros pululaban un deseo incontrolable de venganza a mano propia. Ese día y esa noche solo se escuchaba retumbar en el suelo empedrado de las calles capitalinas, el rumiar de las almas iracundas, el país lloraba al hijo del pueblo y “El Bogotazo” se bautizaría a sí mismo para recordarse como el poema tristísimo de un héroe caído.
Después de su desaparición física, el país ha sufrido por casi un siglo la carencia de líderes íntegros, no ha nacido otro abanderado de los humildes y de los trabajadores, que pudiese representar de forma auténtica y leal a los pueblos que reclaman igualdad. La credibilidad se convirtió en un hecho mítico y la ausencia de una voz con clamor colectivo ha sido una pérdida de la que nuestra nación aún no se recupera.
Y es que al examinar su vida es inevitable no hacer paralelos contemporáneos, que quizás nunca le harán honor a la grandeza de su lucha, ni siquiera, el hecho de estar presente su rostro impreso en nuestra moneda nacional con miles de ceros acompañándole, podría llegar a ser acontecimiento meritorio en comparación con el valor de este hombre de ideales fuertes y convicciones férreas, ubicándose por encima de una oligarquía represora de sueños, consiguió interpretar el espíritu de un pueblo que quería vivir en la plenitud de la consciencia.
Por ello, este día no debería ser solo una fecha más en el calendario de los nostálgicos, ni su muerte la forma de una deuda en el banco de las añoranzas, debería ser la promesa para esta generación tacita y superficial, una reflexión para no olvidar su obra, su lucha y su legado, y que así prevalezca cuanto sea necesario la pesquisa incansable de la reivindicación social, donde los hijos de esta tierra busquen por sí mismos su canto libertario.
Por: José David Londoño
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