La tienda de mi barrio
- Contenido Línea Prensa - El Ágora
- 30 abr 2020
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En todos y cada uno de los barrios que componen la urbe de la sublime capital del Valle del Cauca, se puede encontrar un pequeño establecimiento que ha sido testigo de la ebriedad de algunos vecinos, que no perdonan los “traguitos” del fin de semana y que este lugar supone ser la locación adecuada para olvidar problemas, ahogar las penas y superar amores con la ayuda del alcohol. Testigo de las interminables rondas de parqués o dominó, y en ellas, la pérdida de varios pesos y el escape de uno que otro “madrazo” por parte de los vencidos.
Ese pequeño establecimiento atendido por personas que conocen a todos y cada uno de los habitantes del sector, con nombre propio los distinguen y cuál gps los ubica, sin contar que son los informantes de los acontecimientos y novedades locales, exhibe en la entrada un anuncio escrito a mano en un trozo de papel, o en los mejores casos, de cartulina, que indica: “Hoy no fío, mañana sí”, sin embargo, cada vecino tenía su propia cuenta de banco barrial, que les sacaba de apuros cuando se llegaba a fin de mes y escaseaba el mercado.
Ese pequeño establecimiento es la tienda de mi barrio, donde después de un exhausto partido de fútbol, se reunían los jugadores en rol de comentaristas deportivos, resaltando su labor en la cancha con una infaltable cerveza fría.
La tienda de mi barrio, donde los tenderos son llamados “don” y “doña” quienes han fundado el barrio y se conocen al derecho y al revés su historia y donde se chismosea más que en un reencuentro de egresados de la facultad; chismes que ni el Don ni la Doña podían evitar oír y en la mayoría de los casos, reproducir.
La tienda de mi barrio fue la afortunada en la que depositamos la monedita que nos habíamos encontrado abandonada en las calles, las “vueltas” de los mandados que ordenaban nuestras madres y hasta el ahorro semanal, todo por satisfacer el insaciable e incontrolable deseo de ‘“mecatiar” y es el tendero de mi barrio testigo de las vergüenzas que pasamos al hacer mal dicho mandado y tener que regresar, cabizbajo, con la cola entre las patas a realizar el cambio del pedido para satisfacer los deseos de nuestras señoras madres.
En la calurosa Santiago de Cali, las tiendas de barrio no están impuestas sólo para ir a ejercer la compra, implica ir a charlar hasta que el Don o la Doña cierren, sentarse en las sillas fuera del establecimiento y, en caso de no tenerlas, la mejor opción es el andén. La visita a la tienda del barrio es toda una experiencia que debería tomar menos de diez minutos, pero las charlas con los vecinos que se atraviesan en el camino, sumado a las últimas noticias que tenga por dar el Don o la Doña, termina siendo casi una diligencia bancaria.
La tienda de mi barrio es el salvavidas de quienes olvidamos las llaves dentro de la casa y no tenemos a dónde ir. Es el congreso del pueblo, donde se ha hecho el intento de cambiar el país, se organizan campañas para lanzarse a la candidatura presidencial y se crear los más innovadores negocios. Todo inicia allí y todo se queda allí.
La tienda de mi barrio fue herramienta y cómplice de las escapadas de casa, con la excusa de que “íbamos para la tienda” y así nos aprovechamos de su nobleza para poder visitar a quien no se nos permitía.
Las tiendas harán por siempre parte de nuestra identidad cultural como caleños y serán eternos diarios que guardan el día a día los vecinos. ¡Qué nuestras tiendas de barrio sean siempre eternas!... tan eternas como el Don o la Doña que las atienden.
Por: Valentina Vidal
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