TREPVERTER
- Contenido Línea Prensa - El Ágora
- 5 oct 2020
- 2 Min. de lectura

Estoy sentada en mi tina con el agua hasta el borde de mi cintura, sosteniendo una copa de vino de 1892; esta vez, con un sabor agrio y amargo. Me doy pena. Ese hombre sabía a vino hecho pecado; oscuro, deleitante e increíblemente adictivo.
Todavía se me retuercen las tripas al recordarlo. Ahí estaba yo, escondida detrás de un árbol, justo en ese preciso momento, incapaz de moverme, igual que cuando suenan disparos y el miedo te paraliza el cuerpo. La rubia se acercó a él y le dio un beso en la boca. Su boca, esa que yo ya me sabía de memoria, que había recorrido día y noche, con su lengua tan delicada, pero salvaje cuando él lo decidía, con sus pliegues y las pequeñas heridas que se hacía por morderse tanto los labios. Si perdiera el gusto hoy mismo, sé que al probar mis labios sentiría el sabor de los suyos y el deseo que me provocan. Pero esa boca, ya la estaba besando otra, con otros ojos, otra piel, otros labios. La besaste por lo menos dos minutos y mi corazón se rompió.
Y como si los astros quisieran hacer mi día más deprimente, quitaste tus manos de sus caderas y observaste con detenimiento cada árbol, cada arbusto, cada callejón que aparentemente estaba solo; hasta que notaste el árbol seco, el que por alguna razón había dejado de recibir los nutrientes principales que lo mantienen con vida y me viste, furiosa, deprimida e indefensa. ¿Qué haces aquí? me preguntaste, como si el pecado lo estuviese cometiendo yo. Los vi hablar, caminar, besarse, y entonces, supe que se había terminado. No se me ocurrió decirte ni una sola palabra, mi cabeza estaba en una discusión con mi corazón. ¡Trepverter! Tenía que haberte dicho de todo y un poco más. Te molestaba mi felicidad, que encontrara la solución a los problemas, te dolía profundamente que no estuviese rota, porque así no tendrías a quien proteger; que masculinidad tan frágil tenías. La historia donde el príncipe salva a la princesa ya caducó, esta princesa es capaz de matar al dragón. Pero hoy, sintiéndome una buena para nada, voy a disfrutar el destructivo placer de recordarte y me beberé un vino con sabor amargo, pero no tan amargo como aquellas palabras que te dije.
Por. Tatiana Cuero
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